Historia del Palacio de Versalles

 



La historia del Palacio de Versalles está llena de simbolismo. De hecho, la palabra Versalles está formada por la reunión de dos vocablos latinos: verteré (girar) y alae (alas). Molino de viento significaría, pues, su etimología. Y en que su origen, en estas tierras se ubicaba un gran molino de viento

Origen del Palacio de Versalles

Hasta principios del siglo XVII, en el lugar donde ahora se asienta el magnífico Castillo o Palacio de Versalles, existía un molino de viento en medio del campo. En el año 1623 el monarca Luis XIII decidió construir en Versa­lles un pabellón de caza. Años después, en 1661, el rey de Francia Luis XIV (el Rey Sol), amplió el pabellón de caza e hizo construir dos alas y la plaza de armas. Las paredes eran de ladrillo y la cubierta con tejas de pizarra.

En el año 1668, debido a la “inseguridad” de París, se toma la decisión de trasladar toda la corte a Versalles. Por este motivo comienzan las obras y la construcción del Palacio de Versalles, la que será conocida como la ciudad de sol. Vamos a ver el porqué de este nombre:

Palacio de Versalles: la ciudad del Sol

Luis XIV nació el 5 de septiembre de 1638. Su nacimiento se consideraba casi milagroso, puesto que Luis XIII había estado casado durante veintitrés años sin tener heredero varón. La gente llamaba al recién nacido Lotus fe Diemlonné (Luis el dado por Dios). Y el propio cardenal Richelieu hizo venir hasta Saint Germain al más famoso monje y astrólogo de su tiempo: Tomaso Campanella.

Examinan­do el cuerpo desnudo del niño y calculando los aspectos de su carta astral, Campanella conclu­yó: “El reino del Sol está en manos de este niño”. La historia le daría la razón, y Louis le Diemlonné pasaría a la posteridad con el sobrenombre de “el Rey Sol”.

Campanella era un fraile calabrés que se dedicaba a la filosofía y a la astrología. Tenía un sueño, crear la Ciudad del Sol: un mundo feliz regido por la inteligencia. Era una utopía; pero Campanella recorrió media Europa proponiendo a los príncipes y a los gobernantes su realización en la tierra. El propio Richeliu había recibido esta desconcertante propuesta.

No podía suponer, sin embargo, que aquel pequeño príncipe recién nacido iba a construirla en Versalles. Ni siquiera Campanella pudo presumir tanta gloria: murió unos meses más tarde en una celda del convento de dominicos de la Rué Saint Honoré, rodeado del mítico mirto, del romero y de flores simbólicas.

Construcción del Palacio de Versalles

Amedrentado por la revolución ciudadana de La Fronda, que estalla durante su juventud en París, Luis XIV acaricia el sueño de construir un palacio fuera de la capital. Piensa que sólo un poder rígido y absoluto puede contener el desorden; y se cree predestinado por Dios para realizar esta tarea que dará tanta gloria a Francia.



Con una lógica precisa y cartesiana, estudia todas las posibilidades de su proyecto. Se rodea de los mejores arquitec­tos y artistas de su época. No duda, incluso, en “robar” sus futuros colaboradores, arrebatándolos a los hombres de su corte que los mantienen a su servicio.

A Fouquet, super­intendente de la Hacienda real, le quita algunos de sus valiosos “descubrimientos”: el arquitecto Le Vau, el jardinero Le Nótre, el pintor Le Brun, el músico Lully y el comediante Moliere

Para evitar suspicacias encierra a Fouquet en un calabozo, donde permanecerá durante años junto a un misterioso personaje que lleva una máscara de hierro. Pero tras la serena y clásica fachada de Versalles se oculta también un ambicioso proyecto místico.

Los arquitectos que levantan los muros o diseñan los jardines trabajan de acuerdo con normas calculadas para crear la imagen de la Ciudad del Sol: aquel sueño que todos los místicos, desde Platón a Campanella, pasando por Teresa de Jesús, habían formulado en un lenguaje religioso.

Las habitaciones de Versalles están dispuestas como las estancias del “castillo interior” de Santa Teresa. En el centro duerme el rey, rodeado de siete apartamentos que llevan los nombres de los siete planetas conocidos en su época.

Pero en Versalles aparece además otro número mágico: el tres. Tres grandes carreteras conducen al pa­lacio desde París; tres ventanas se abren en los apartamentos reales; tres patios, tres verjas y dieciocho estatuas… Todo se resuelve con estructuras ternarias o trinas.

Y hasta la capilla del palacio, consa­grada a la Iglesia triunfante, muestra en su altar mayor el símbolo triangular de la Trinidad. El dios Apolo, símbolo de la fuerza solar, está presente en todos los rincones de Versalles; aparece en las fuentes, en las estatuas, en las habitaciones del palacio.

Y allí donde no aparece su cuerpo, encontramos sus símbolos: la lira o las flechas. Al contemplar las liras de hierro forjado que decoran las verjas exteriores de Versalles estamos leyendo todavía el nombre del Rey Sol.

Luis XIV llenó de juegos y de adivinanzas el recinto de Versalles. Construyó una prodigiosa galería de espejos donde se multiplicaban las luces de las fiestas. Levantó pequeños pabellones de recreo y se hizo edificar una Venecia en miniatura para jugar con sus góndolas, navegando por los estanques.

Declive del Palacio de Versalles

Luis XIV dejaba este mundo el 1 de septiembre de 1715. Ninguno de sus sucesores pudo comparársele nunca. Y el universo solar de Versalles se iría apagando en la segunda mitad del siglo XVIII, en una época crítica que se alumbra, como la Ronda de noche de Rembrandt, a la simple luz de una vela.

El 6 de octubre de 1789, el pueblo de París, excitado por las proclamas revolucionarias, entra violentamen­te en Versalles y se lleva prisionera a María Antonieta. Para la joven reina se acaban aquel día los ingenuos juegos de amor en los jardines de Versalles.



Pero Versalles será aun escenario grandioso de otros hechos históricos: el 18 de enero de 1871, el kaiser Guillermo se proclama emperador de Alemania en la Galería de los Espejos. Y al acabar la primera Guerra Mundial se firma, en los salones del hotel Trianon, la capitulación de Alemania, en condiciones muy duras para los vencidos.


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