El Hombre del Central Park
El Parque Central de Nueva York, más conocido por su nombre en inglés de Central Park, está tan hermosamente trazado que pareciera una obra maestra de la naturaleza.
Sus frondosas arboledas y sus finas características están tan bien diseñadas que pareciera que el poder de una mano superior las hubiera salpicado sobre la ciudad. Sin embargo no ha sido así.
Las 340 hectáreas eran, a mediados del siglo XIX, un área pantanosa y llena de inmundicias, viejas cabañas y matorrales salvajes. El cambio se produjo a partir de 1857 cuando un tal Frederick puso manos a la obra. Dicen que Frederick Law Olmsted era un buen tipo. Había nacido el 26 de abril de 1822 en una granja de Nueva York y tal vez por esta circunstancia de pasar sus primeros años rodeado de naturaleza viva, fue un entusiasta enamorado de la botánica. A los 37 se casó con su cuñada cuando falleció su hermano, adoptando como hijos a sus tres pequeños sobrinos y por ese entonces conoció al arquitecto ingles Calvin Vaux, con el cual se asoció para diseñar un parque que fuera el pulmón de una ciudad en la que vivía.
Las obras comenzaron en 1858, luego que los delegados de la ciudad compraran el terreno valuado en cinco millones de dólares y se prolongaron durante veinte años. El proyecto fue un enorme desafio para Olmsted pese a su gran capacidad paisajística, ya que había que acondicionar el terreno donde se ubicaron miles de plantas, 26.000 árboles, 36 puentes, 7 lagos, 100 hectáreas de jardines y 55 de bosques donde conviven 275 clases de aves.
Es muy fácil perderse ya que tiene 93 kilómetros de caminos y alberga zoológicos, teatros, fuentes, sendas y pistas deportivas. Para conservar la autenticidad del paisaje, los dos socios presionaron para que se dictase una ley que prohibiera la modificación futura del diseño original de todo el parque, cosa que se logró ya que en la actualidad el parque es uno de los emblemas de Nueva York y sin dudas el sitio verde más famoso del planeta, visualizado hasta el hartazgo de decenas de películas, series de televisión y revistas de todo tipo.
Frederick Olmsted fue también el creativo que diseñó la Reserva de las Cataratas del Niágara, el Parque de Montreal, el campo de la Universidad de Stanford y los jardines del Capitolio estadounidense. Olmsted era feliz con la naturaleza y trabajó incansablemente hasta muy entrada edad, pero en 1895 su cabeza comenzó a fallar. Afectado de demencia senil pasó sus últimos días en el Hospital Mc Lean de Massachusetts, donde falleció a los 81 años.
Podríamos especular diciendo que allí fue feliz hasta sus últimos días, observando tal vez… la belleza de los jardines del hospicio que, paradójicamente, él mismo había diseñado años atrás.
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