Historia del desodorante
Origen del desodorante
Hace cuatro mil quinientos años que los sumerios ya empezaron a preocuparse por el olor corporal. Hubo dos olores insoportables que seguían al hombre a todas partes: el mal aliento o halitosis, y el olor fétido de los sobacos o axilas. Los historiadores nos enseñas que fue un caso extremo de mal olor corporal y fetidez el de Hierón II, tirano de Siracusa de mediados del siglo III a. C., que tenía una condición por la que era conocido: sufría de ocena o fetidez patológica de la membrana pituitaria.
Como nadie se atrevía a advertírselo vivía ajeno a aquella realidad. Pero un día cierta dama extranjera a quien fue presentado, le dijo: “Hueles, y es tal la fetidez que no resulta soportable estar a tu lado”. Todos pensaron que Hierón castigaría a aquella mujer, pero no fue así, sino que afeó a los circunstantes el que nunca se le hubiera puesto al corriente de su condición.
Como entre ellos estaba su esposa, al ser preguntada por qué no le había dicho nunca de lo mal que olía, ésta le contestó: “Mi Señor, nunca me he acercado a otro hombre que no fuerais vos, por lo que pensé que vuestro aliento y olor era natural de todos los hombres”. Ante aquella muestra de fidelidad conyugal el rey se sintió conmovido.
En la Antigüedad, en cuanto al olor corporal, lo normal era paliarlo con sustancias aromáticas. Tal era a veces el problema que muchos restregaban su piel con limones o naranjas.
Los habitantes del Antiguo Egipto lo mitigaban con baños aromáticos, tras los que aplicaban a las axilas aceite perfumado elaborado con limón y canela, por ser productos que tardaban en ponerse rancios. Una solución importante fue introducida por los egipcios al ponerse de moda la eliminación del pelo de los sobacos. Ello lo palió indirectamente, y sin llegar nunca a saberlo los egipcios, el problema del olor nauseabundo que despedían.
Fue aquélla una solución casual. No lo hicieron porque conocieran la causa (la existencia de las bacterias que en esa zona del cuerpo se reproducen, mueren y se descomponen), sino porque se puso de moda la axila depilada. Fue aquel pueblo el que al practicar la depilación descubrió una de las causas principales del problema.
Historia del desodorante en Grecia y Roma
Muestra de que el problema era grande es que hubo varias soluciones o remedios. Tanto la civilización griega como en el Imperio Romano aprendieron de Egipto recetas para elaborar desodorantes. Recetas que no iban mucho más allá de las habituales mezclas de aromas y perfumes, únicos remedios capaces de paliar el problema.
La técnica consistía en ahogar un olor con otro. En la sociedad romana de finales del Imperio se puso de moda llevar en las axilas minúsculas almohadillas impregnadas con las sustancias aromáticas preferidas por el usuario. Solución adoptada en el siglo IV como novedad que hizo furor. Entre otros malolientes efluvios se pretendía neutralizar el llamado olidae caprae= el mal olor a cabra de los sobacos.
Historia del desodorante en la Edad Media
En la Edad Media el problema del mal olor corporal llegó a tal grado que en las iglesias, donde más se notaba, se recurrió al incensario gigante. Se origina el botafumeiro de Santiago de Compostela, que esparcía incienso para paliar le fetidez que miles de peregrinos apiñados despedían.
El problema tenía ramificaciones económicas. Las grandes damas no podían llevar un vestido más de media docena de veces debido a que el olor se acumulaban en la parte de los sobacos y pecho. Y, no existía la tintorería ni medio de lavar las ropas lujosas con incrustaciones metálicas, terciopelos y rutilantes rasos. Las prendas tenían que ser abandonadas o regaladas a las criadas.
Pero existía ya en esa época algún paliativo: a mediados del siglo XV el arcipreste de Talavera escribe en su Corbacho: “Estas cosas fallareys en los cofres de las mugeres… almisque, algalia para cejas e sobacos”.
Evolución del desodorante
A partir del siglo XVIII la gente se preguntaba: ¿había solución para el mal olor de axilas? Las personas de las ciudades olían a demonios, mientras que la del campo parecía más soportable en ese aspecto. Se puso de moda retirarse una temporada a la montaña o al campo para “desodorizarse”. La gente se oreaba en los patios cerrados, dejaba que el aire se llevara aquella podredumbre que emanaba de su piel.
Esto nos recuerda que a Napoleón el olor corporal fuerte no le molestaba, sino al contrario: cuando regresaba a palacio tras alguna larga campaña se hacía anunciar a su mujer con una nota que decía: “Josefina, querida, estaré contigo dentro de tres días, por favor, no te laves”.
Las cosas permanecieron sin cambios hasta el siglo XIX. En 1888 se inventó en Estados Unidos un inhibidor de la humedad de las axilas que se comercializó con el nombre de Mum: era un compuesto de cinc y crema, ya que el cinc dificulta la producción de sudor. Por primera vez en la historia podía hablarse de un producto desodorante que funcionaba. Como muestra del requerimiento social que había de un remedio así, su popularidad conoció altas cotas.
La necesidad creciente de tales artículos llevó a investigadores y laboratorios a trabajar en aquella dirección. Al desodorante Mum siguió en el año 1902 el desodorante Everdry, voz inglesa que significa “siempre seco”, en alusión a la propiedad fundamental del desodorante: mantener secas las axilas.
Muestra de la utilidad del invento fue su rápido éxito; a ello contribuyó también la publicidad. El desodorante es uno de los productos más masivamente publicitados porque el público estaba muy sensibilizado, y alcanzó cotas de ventas asombrosas.
Aunque se trataba de ocultar eufemísticamente la ingrata realidad de que el cuerpo humano puede llegar a oler muy mal, en 1919 el inventor del desodorante Odorono publicó un anuncio en el que abordaba el problema de esta manera directa: “Señores, señoras: el cuerpo humano puede llegar a oler como el cubo de la basura. Haga algo para que no sea el suyo. Es un consejo de Odorono”.
Al principio el mercado del desodorante estuvo orientado hacia la mujer, hasta 1930 destinataria mayoritaria de la publicidad del producto. Más tarde, sobre todo después de la Primera Guerra Mundial, pasó a ser tan general y necesario como la pasta de dientes.
Etimología de la palabra desodorante
En cuanto al término: “odor” y “odorante” proceden del griego odsaina= hedor, a su vez de odsein= oler. De este mismo término es derivación culta la voz “ozono”. El prefijo des- es negativo y añade al término que acompaña el significado de ausencia, en este caso de fetidez, hedor o peste causada por el olor nauseabundo del cuerpo.
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