La caída del hombre




El hombre que Dios formó era notablemente diferente de todos los demás seres creados. El hombre poseía un espíritu similar al de los ángeles y al mismo tiempo tenía un alma parecida a la de los animales inferiores. Cuando Dios creó al hombre le dio una libertad total. No hizo al hombre un autómata, controlado automáticamente por la voluntad de Dios. Esto es evidente en Génesis 2 cuando Dios instruyó al hombre original sobre cuál fruta podía comer y cuál no. El hombre que Dios creó no era una máquina dirigida por Dios, al contrario, tenía una total libertad de elección. Si escogía obedecer a Dios, podía hacerlo, y si decidía rebelarse contra Dios, también podía hacerlo. El hombre poseía una soberanía por la que podía ejercer su voluntad al escoger entre obedecer o desobedecer. Este punto es importantísimo, puesto que debemos ver claramente que en nuestra vida espiritual Dios jamás nos priva de nuestra libertad. Dios no llevará a cabo nada sin nuestra colaboración activa. Ni Dios, ni el demonio pueden hacer nada a través de nosotros sin antes haber obtenido nuestro consentimiento, porque la voluntad del hombre es libre. 
Originariamente el espíritu del hombre era la parte más noble de todo su ser, y el alma y el cuerpo le estaban sujetos. En condiciones normales el espíritu es como un amo, el alma es como un mayordomo y el cuerpo es como un criado. El amo encarga asuntos al mayordomo, quien a su vez ordena al criado que los lleve a cabo. El amo da órdenes al mayordomo en privado. El mayordomo parece ser el dueño de todo, pero en realidad el dueño de todo es el amo. Por desgracia, el hombre ha caído, ha sido derrotado y ha pecado, y en consecuencia se ha tergiversado el orden correcto del espíritu, el alma y el cuerpo. 
Dios otorgó al hombre un poder soberano y concedió numerosos dones al alma humana. Los más prominentes son el pensamiento y la voluntad o el intelecto y la intención. El propósito original de Dios es que el alma humana reciba y asimile la verdad y la substancia de la vida espiritual de Dios. Dios dio dones a los hombres para que el hombre pudiera recibir el conocimiento y la voluntad de Dios como suyos. Si el espíritu y el alma del hombre hubieran mantenido su perfección, sanidad y vigor, su cuerpo habría sido capaz de mantenerse sin cambio para siempre. Si hubiera decidido en su voluntad tomar y comer la fruta de la vida, es indudable que la propia vida de Dios habría entrado en su espíritu, habría impregnado su alma, habría transformado todo su hombre interior y habría pasado su cuerpo a la incorruptibilidad. Entonces habría estado literalmente en posesión de «la vida eterna». En estas circunstancias su vida anímica se hubiera llenado por completo de vida espiritual y todo su ser se habría transformado en algo espiritual. Contrariamente, si se invierte el orden del espíritu y el alma, el hombre se sumerge en las tinieblas y el cuerpo humano no puede durar mucho, sino que pronto se pudre. 
Sabemos que el alma del hombre escogió el árbol del conocimiento del bien y del mal en lugar del árbol de la vida. No obstante, ¿no está claro que la voluntad de Dios para Adán era que comiese la fruta del árbol de la vida? Porque antes le había prohibido a Adán que comiese la fruta del árbol del bien y del mal y le advirtió que el día que la comiese moriría (Gen. 2:17). Primero ordenó al hombre que comiera libremente de todo árbol del jardín, y adrede mencionó el árbol de la vida en medio del jardín. ¿Quién puede decir que no es así? 
«La fruta del conocimiento del bien y del mal» eleva al alma humana y suprime al espíritu. Dios no prohibió al hombre que comiera de esta fruta simplemente para probar al hombre. Se lo prohíbe porque sabe que comiendo de esta fruta la vida del alma del hombre será tan estimulada que la vida de su espíritu quedará ahogada. Esto significa que el hombre perderá el auténtico conocimiento de Dios y en consecuencia estará muerto por El. La prohibición de Dios muestra el amor de Dios. El conocimiento del bien y del mal en este mundo es malo en sí mismo. Este conocimiento surge del intelecto del alma del hombre. Hincha la vida del alma y por consiguiente rebaja la vida del espíritu hasta el punto que ésta pierde todo conocimiento de Dios, hasta el punto que queda como muerto. 
Un gran número de siervos de Dios ven en este árbol de la vida a Dios ofreciendo vida al mundo en su Hijo el Señor Jesús. Esto es la vida eterna, la naturaleza de Dios, su vida increada. Por eso tenemos aquí dos árboles: uno produce vida espiritual, mientras que el otro genera vida anímica. En su estado original el hombre no es ni pecador ni santo y justo. Se encuentra entre los dos. Puede aceptar la vida de Dios, convirtiéndose así en un hombre espiritual y partícipe de la naturaleza divina, o puede hinchar su vida creada hasta volverla anímica, matando así su espíritu. Dios dio un equilibrio perfecto a las tres partes del hombre. Siempre que una de las partes se desarrolla demasiado las otras sufren. 
Nuestra experiencia espiritual saldrá muy beneficiada si comprendemos el origen del alma y su principio de vida. Nuestro espíritu viene directamente de Dios puesto que es un don de Dios (Nm. 16:22). Nuestra alma no tiene esta procedencia tan directa, fue producida después que el espíritu entró en el cuerpo. Por eso está vinculada al ser creado de una manera característica. Es la vida creada, la vida natural. El valor que tiene el alma es realmente grande si mantiene su papel de mayordomo y permite que el espíritu sea el amo. El hombre puede entonces recibir la vida de Dios y estar en conexión con Dios en la vida. Si, en cambio, este mundo anímico se hincha, consecuentemente el espíritu queda reprimido. Todos los actos del hombre quedarán limitados al mundo natural de lo creado, incapaz de unirse a la vida sobrenatural e increada de Dios. El hombre original sucumbió a la muerte porque comió de la fruta del conocimiento del bien y del mal, desarrollando así de manera anormal su vida anímica. 
Satanás tentó a Eva con una pregunta. Sabía que su pregunta estimularía el pensamiento de la mujer. Si Eva hubiera estado bajo el completo control del espíritu habría rechazado estas preguntas. Al intentar responder utilizó su mente en desobediencia al espíritu. Es indudable que la pregunta de Satanás estaba llena de errores, puesto que su motivo principal era simplemente incitar la actividad mental de Eva. Era de esperar que Eva corregiría a Satanás, pero, ¡ay!, Eva se atrevió a cambiar la Palabra de Dios en su conversación con Satanás. En consecuencia, el enemigo se envalentonó y la tentó a que comiera, sugiriéndole que al comer se le abrirían los ojos y sería como Dios, conociendo el bien y el mal. «Así pues, cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer y que era una delicia para los ojos, y que el árbol era deseable para ser sabio, tomó de su fruto y comió» (Gn. 3:6). Así fue como Eva vio el asunto. Satanás provocó primero su pensamiento anímico y luego avanzó hasta apoderarse de su voluntad. El resultado: Eva cayó en el pecado. 
Satanás siempre utiliza la necesidad física como primer objetivo a atacar. Simplemente le hizo mención a Eva del acto de comer fruta, un asunto totalmente físico. A continuación intentó seducir su alma, dándole a entender que haciendo lo que él le decía se le abrirían los ojos para conocer el bien y el mal. Aunque esta búsqueda del conocimiento era totalmente legítima, su consumación llevó a su espíritu a una abierta rebeldía contra Dios porque tergiversó la prohibición de Dios atribuyéndole un propósito malo. La tentación de Satanás alcanza primeramente al cuerpo, luego al alma y finalmente al espíritu. 
Después de haber sido tentada Eva dio su opinión. Para empezar, «el árbol era bueno para comer». Esto es «lujuria de la carne». La carne de Eva fue la primera en ser estimulada. Segundo, «era una delicia para los ojos». Esto es «la lujuria de los ojos». Ahora ya estaban estimulados su cuerpo y su alma. Tercero, «el árbol era deseable para los sabios». Esto es «el orgullo de la vida». Este deseo revelaba la vacilación entre su emoción y su voluntad. La agitación de su alma era ya incontrolable. Ya no se mantenía al margen como un espectador sino que había sido espoleada a desear la fruta. ¡Qué peligrosa es una emoción humana cuando es dueña de las circunstancias! 
¿Por qué Eva deseó la fruta? No fue simplemente por la lujuria de la carne y la lujuria de los ojos, sino también por su curiosidad incontenible por la sabiduría. En la búsqueda de sabiduría y de conocimiento, incluso del llamado «conocimiento espiritual», con frecuencia se pueden echar de ver actividades del alma. Cuando una persona intenta aumentar su conocimiento practicando gimnasia mental con libros sin esperar en Dios ni pedir la guía del Espíritu Santo, es evidente que su alma se encuentra en plena oscilación. Esto agotará su vida espiritual. Como la caída del hombre fue ocasionada por la búsqueda de conocimiento, Dios utiliza la «insensatez de la cruz» para «destruir la sabiduría de los sabios». El intelecto fue la causa principal de la caída; por eso para salvarse hay que creer en la locura de la Palabra de la cruz en lugar de depender del intelecto. El árbol del conocimiento hace que el hombre caiga, y por eso Dios emplea el «madero de la cruz» (1 P. 2:24) para salvar almas. «Si alguno entre vosotros piensa que es sabio en este tiempo, que se vuelva ignorante para poder ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para Dios» (1 Co. 3:18-20; ver también 1:18-25). 

Habiendo repasado cuidadosamente el relato de la caída del hombre, podemos ver que, al rebelarse contra Dios, Adán y Eva desarrollaron sus almas hasta el extremo de desplazar a sus espíritus y sumergirse en la oscuridad. Las partes prominentes del alma son la mente, la voluntad y la emoción del hombre. La voluntad es el órgano de la decisión y en consecuencia el dueño del hombre. La mente es el órgano del pensamiento, mientras que la emoción es el del afecto. El apóstol Pablo nos dice que «Adán no fue engañado», indicando que la mente de Adán no estaba en confusión en aquel día fatídico. La que flaqueó en su mente fue Eva: «la mujer fue engañada y pecó» (1 Ti. 2:14). Según el relato del Génesis, está escrito que «la mujer dijo: "La serpiente me engañó y comí"» (Gn. 3:13). Pero «el hombre dijo: "La mujer me dio (no me engañó) fruta del árbol y comí"» (Gn. 3:12). Es evidente que Adán no fue engañado. Su mente estaba despejada y sabía que la fruta era del árbol prohibido. Comió a causa de su efecto por la mujer. Adán comprendió que lo que había dicho la serpiente no era nada más que el engaño del enemigo. De las palabras del apóstol vemos que Adán pecó deliberadamente. Amaba a Eva más que a sí mismo. La hizo su ídolo y por ella fue capaz de revelarse contra la orden de su Creador. ¡Qué lástima que su emoción dominara a su mente! Su efecto superó a su razón. ¿Por qué los hombres «no creían la verdad»? Porque «se complacían en la injusticia» (2 Ts. 2:12). No es que la verdad no sea razonable sino que no se la ama. Por eso cuando alguien verdaderamente va al Señor «cree con el corazón (no la mente) y es justificado» (Ro. 10:10). 

Satanás llevó a Adán a pecar apoderándose de su voluntad a través de su emoción, mientras que tentó a Eva a que pecase dominando su voluntad por el conducto de una mente oscurecida. Cuando la voluntad y la mente y la emoción del hombre fueron envenenadas por la serpiente y el hombre siguió a Satanás en lugar de seguir a Dios, su espíritu, que podía tener comunión íntima con Dios, recibió un golpe mortal. Aquí podemos ver la ley que gobierna la obra de Satanás. Usa las cosas de la carne (comer fruta) para atraer el alma del hombre hacia el pecado. En cuanto el alma peca, el espíritu queda sumido en una oscuridad absoluta. El orden de su método siempre es el mismo: de fuera hacia dentro. Si no empieza por el cuerpo, entonces empieza trabajando con la mente o la emoción para apoderarse de la voluntad del hombre. En el momento en que el hombre cede ante Satanás, éste posee todo el ser del hombre y mata al espíritu. Pero no es así con la obra de Dios: Dios siempre trabaja de dentro hacia fuera. Dios empieza trabajando con el espíritu del hombre y prosigue iluminando su mente, estimulando su emoción y llevándole a ejercer su voluntad sobre su cuerpo para llevar a cabo la voluntad de Dios. Toda obra satánica se realiza de fuera hacia dentro y toda obra divina se realiza de dentro hacia fuera. En esto podemos distinguir lo que viene de Dios y lo que viene de Satanás. Todo esto nos enseña, además, que una vez que Satanás se apodera de la voluntad del hombre controla a ese hombre. 

Debemos tener presente que el alma es donde el hombre expresa su libre voluntad y ejerce su autoridad. Por eso la Biblia frecuentemente deja constancia de que es el alma la que peca. Por ejemplo, Miqueas 6:7 dice «el pecado de mi alma». Ezequiel 18:4, 20 dice «el alma que peca». Y en los libros de Levítico y Números se menciona frecuentemente que el alma peca. ¿Por qué? Porque es el alma la que decide pecar. Nuestra descripción del pecado es: «La voluntad de su consentimiento en la tentación.» Pecar es cosa de la voluntad del alma y en consecuencia debe haber una expiación por el alma. «Dad ofrenda a Jehová para hacer expiación por vuestras almas» (Éx. 30:15). «Porque el alma de la carne está en la sangre, y te la he dado sobre el altar para hacer expiación por vuestras almas, porque es la sangre lo que hace expiación por el alma» (Lv. 17:11). «Para hacer expiación por nuestras almas delante de Jehová» (Nm. 31:50). 

Como es el alma la que peca, se desprende que el alma es la que tiene que recibir expiación. Y además la expiación debe proceder de un alma: 

Le agradó a Dios magullarle; le ha sometido a sufrimiento... le harás a su alma una ofrenda por el pecado... Él verá el fruto de los dolores de su alma y estará satisfecho... ha derramado su alma hasta la muerte... y llevó el pecado de muchos, e hizo intercesión por los transgresores (Is. 53:10-12). 

Al examinar la naturaleza del pecado de Adán descubrimos que además de la rebelión también hay una cierta clase de independencia. Aquí no debemos perder de vista la voluntad libre. Por un lado el árbol de la vida implica un sentido de dependencia. En aquel tiempo el hombre no poseía la naturaleza de Dios, pero si hubiera participado de la fruta del árbol de la vida habría obtenido la vida de Dios y el hombre habría podido alcanzar su cumbre: poseer la misma vida de Dios. Esto es dependencia. Por otro lado, el árbol del conocimiento del bien y del mal sugiere independencia, porque el hombre procuró por medio del ejercicio de su voluntad obtener el conocimiento que no le había sido prometido, algo que Dios no le había concedido. Su rebelión declaraba su independencia. Rebelándose no tenía que depender de Dios. Además, su búsqueda del conocimiento del bien y del mal también mostraba su independencia porque no estaba satisfecho con lo que Dios ya le había concedido. La diferencia entre lo espiritual y lo anímico es clara como el cristal. Lo espiritual depende totalmente de Dios, está plenamente satisfecho con lo que Dios ha dado. Lo anímico evita cualquier contacto con Dios y ambiciona lo que Dios no ha concedido, en especial «el conocimiento». La independencia es una marca especial de lo anímico. Esto —no importa lo bueno que sea, incluso cuando adora a Dios— es indudablemente cosa del alma si no requiere una confianza completa en Dios y en cambio exige dependencia de la propia fuerza. El árbol de la vida no puede crecer dentro de nosotros junto con el árbol del conocimiento. La rebelión y la independencia explican todo pecado cometido tanto por los pecadores como por los santos. 

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