6 cosas imposibles que la ciencia acabará por lograr



Te decimos cómo las leyes de la física rebasan la ciencia ficción.


Desde pasar desapercibido, viajar en el tiempo, ser inmortal...ya nada es imposible. 

“Los imposibles de hoy serán posibles mañana”, sentenció el físico ruso Konstantin Tsiolkovski, un pionero de la astronáutica que a principios del siglo XXI vislumbró vuelos espaciales y viajes interplanetarios. Gracias a las teorías de este defensor de la vida extraplanetaria, el astronauta Yuri Gagarin se convirtió en 1961 en el primer hombre en orbitar la Tierra.

También gracias a la imaginación es que Sigfrido, en El cantar de los nibelungos, se pone una capa que lo vuelve invisible; que H.G. Wells pudo recrear en La máquina del tiempo un viaje al futuro, o que Charles Xavier, el profesor mutante de X Men, puede leer la mente de sus enemigos.

La imaginación crea imposibles que perviven en los cuentos o la ciencia ficción, pero es también ella la que los coloca en la arena del pensamiento y el camino para hacerlos realidad. Muy pronto será posible pasar desapercibido poniéndose una mantilla encima, predecir los estímulos de la mente de un individuo, o detener o revertir elenvejecimiento de manera indefinida. Los imposibles de ayer serán posibles hoy, gracias a la ciencia.

Para muestra traemos 6 imposibles que la ciencia puede lograr:


1. Invisibilidad

Griffin, el científico que protagoniza la novela de ciencia ficción de H. G. Wells El hombre invisible, dedica parte de su vida a encontrar la fórmula de la invisibilidad, pagando el precio de la locura. Otros, como Susan Storm, la rubia despampanante de Los cuatro fantásticos, la encuentra por casualidad al quedar expuesta a una radiación cósmica que la hizo capaz de desviar la luz y ser imperceptible ante los ojos.
Para entender la invisibilidad, primero hay que entender cómo vemos. Todo lo que nuestros ojos perciben no es más que la luz que los objetos reflejan. Lo explica mejor Erick Ulin, ingeniero mexicano que forma parte del grupo de Xiang Zhang, uno de los principales desarrolladores de metamateriales de la Universidad de California en Berkeley, Estados Unidos: “El color verde, los edificios, los colores, todo es una especie de respuesta a la luz que ha interactuado con un objeto, pero si no interactúa, no lo vas a ver”.

Las nubes, las paredes, los árboles; todo interviene la reducción de velocidad que toma la luz cuando choca contra ese objeto, es decir, el índice de refracción. Cada material conocido tiene un índice de refracción positivo y diferente, y por él, vemos lo que vemos.

Del material que la luz toque dependerá la velocidad con la que ésta se propagará. Por ejemplo, en el agua –y en los líquidos y gases en general, porque los átomos están más separados y es más sencillo que entre la luz– los objetos sumergidos parecen distorsionarse. O al mirar a lo lejos la orilla de la carretera, el horizonte parece que “humea” porque el aire al estar cerca del pavimento se calienta, disminuye su densidad, cambia su índice de refracción y crea un efecto diferente al pasar la luz. En realidad, ni el objeto sumergido en el agua se curvea ni la carretera se evapora: lo que estamos viendo es el trayecto de la luz.

En 1967, el científico ruso Víctor Veselago propuso una idea que en un principio resultó irrealizable: materiales con índice de refracción negativo, los cuáles darían un completo giro a la forma de comportarse de los rayos de luz. ¿Qué pasa con un material de esta naturaleza? Con un índice de refracción positivo, en una pecera nada un pez; con un índice negativo, lo veríamos nadar fuera de la pecera.
El índice de refracción negativo es muy volado. Es un fenómeno físico que no se ve y no se ha visto en ningún lado. En la cuestiónn de la pecera, el pez no va a estar nadando dentro de la pecera, sino va a estar afuera. Lo que vas a ver en vez del pez más gordo y más grande, lo vas a ver arriba del agua”, explica Ulin.
Para lograr este índice que no está presente en la naturaleza, es decir, para hacer que la luz cambie de dirección negativamente, son necesarios los metamateriales, unas estructuras fabricadas artificialmente en metal que interactúan con la luz y permiten manipular su trayectoria. Los metamateriales tienen la capacidad de guiarla alrededor del objeto sin necesidad de que la luz tenga que reflejarse ni refractarse (cambiar de dirección).

El científico mexicano explica así la relación que existe entre el índice de refracción negativo, los metamateriales y la invisibilidad: “Si entendemos que lo que tú ves de los objetos no es nada más que la luz que está interactuando con el objeto, si yo hago y cubro este objeto con otro sistema que no va a dejar que la luz pase al objeto, que más bien la doble de forma tal que nunca interaccione contigo, entonces vamos a encontrar un sistema que te haga invisible”.

Cuestión de luz
A Veselago corresponde haber propuesto las bases de la invisibilidad, pero fue el físico británico John Pendry, del Imperial College de Londres, a quien se debe la creación en 2006 del modelo teórico del prototipo de “capa de invisibilidad”, el cual fue llevado a la práctica en octubre de ese mismo año por David R. Smith y Ulf Leonhardt, de las universidades de Duke y Saint Andrews, en Estados Unidos.

Era una capa hecha con metamateriales de cerca de cinco pulgadas en dos dimensiones e invisible a las microondas. Bajo ella se escondió un cilindro de cobre; dispersó las microondas alrededor del objeto e hizo que éstas se separaran y fluyeran alrededor del centro de la capa, dando como resultado que el cilindro de cobre y la capa comenzaran a parecerse a un espacio vacío.
Sabíamos que estos materiales construidos de forma no natural harían el trabajo, pero esta nueva clase de metamateriales que deben sus propiedades más a su estructura interna que a su química han probado que pueden realizar los retos más extremos”, aseguró Pendry al momento de develar el experimento.
Si bien aquella capa fue realizada para microondas –un rango de luz no visible al ojo humano–, en diciembre del año siguiente, Christopher Davis, Igor Smolyaninov y Yu-Ju Hung, de Universidad de Maryland, hicieron realidad la primera capa de invisibilidad para luz visible, haciendo que ésta se moviera alrededor de la capa e incluso la traspasara.

Al igual que la capa de Pendry, su diseño consistía en una serie de anillos concéntricos, construidos en una capa transparente y delgada de acrílico sobre una película de oro. Cada uno de estos materiales tiene distintas propiedades de refracción y juntos crean un efecto de refracción negativo, que dobla la luz cuando esta incide en la superficie metálica y hace que parezca que la luz se movió en una línea recta y traspasó el objeto.

En la capa, de tan sólo 10 micrómetros de diámetro (diez a cinco veces menor que el diámetro de un cabello), el efecto de invisibilidad no es absolutamente perfecto debido al desgaste de energía del oro, y sólo permite verlo en dos dimensiones. Pero se dio un gran paso.

Para 2009 se realizó otra aproximación. Xiang Zhang y su equipo de la Universidad de California en Berkeley desarrollaron una capa parecida a una pequeña carpeta en metamateriales de silicio, que cubre un espejo plano y tiene una especie de joroba. La capa fue perforada con unos agujeros de 110 nanómetros de ancho, y su función es comprimir la joroba –de mil nanómetros de ancho y 400 de profundidad– y hacer que la luz pase a través de ella como si fuera una superficie plana.

En marzo de 2010, científicos alemanes del Instituto Karlsruhe de Tecnología realizaron la hazaña –aunque no visible al ojo humano– de construir una capa en tres dimensiones. Liderados por el físico alemán Martin Wegener, hicieron invisible una protuberancia de tan sólo un micrómetro –una milésima de milímetro– en una delgada película de oro, haciendo que la superficie se detectara plana.
Según Wegener, los diseños anteriores se habían basado en estructuras de dos dimensiones. “Pero si miras la estructura en una tercera dimensión, el efecto se ha ido”, aseguraba al dar a conocer sus resultados. En cambio, en la de tres dimensiones –donde el metamaterial simula unas pilas de madera–, las luces que normalmente se reflejarían de manera lateral y serían desviadas por la curvatura de la protuberancia, se detectan de manera recta. “Vemos una superficie plana, sin ningún chichón”, aseguró Nicolas Stenger, coautor del estudio, quien explicó que la física que se encuentra detrás de este artefacto es bastante compleja: “Los modelos matemáticos para su cálculo se asemejan a los utilizados por Einstein en la teoría de la relatividad”.

La posibilidad de crear una capa de invisibilidad como la de Sigfrido o la de Harry Potter existe. Ulin explica el camino: “Al controlar el índice de refracción en el espectro visible y generar estructuras que puedan controlar cómo viaja la luz, vincula el macro con lo nano. Si formas muchas de esas estructuras, las formas, las orientas y las acomodas de cierta manera en la que generen un macrofenómeno, podemos entender la invisibilidad”.

A pesar de que lo fundamental está resuelto, hacer una capa invisible capaz de ocultar a una persona no es cosa sencilla. “Se van a tener que manejar ciertos ángulos de luz. Las cosas en el macro –sobre todo fabricar estructuras en el orden de los nanómetros en sistemas mucho más grandes– tienen procesos de fabricación que van a tardar demasiado tiempo, incluso van a tener otro tipo de problemas, ¿cómo es que todas esas celdas van a acoplarse a este sistema?”, cuestiona el científico mexicano.

Vicente Aboites del Departamento de Fotónica del Centro de Investigaciones en Óptica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, asegura que para lograr una invisibilidad total, la capa debería contener en su estructura todos los átomos que contrarrestaran cada rango de longitud de onda, tanto las visibles al ojo humano como los infrarrojos y las microondas.
Una capa que hiciera un objeto invisible a la longitud de onda de la luz visible sería perfectamente visible, por ejemplo, con gafas infrarrojas o con un sonar acústico", señala.
Sin embargo, es completamente viable la aplicación de metamateriales en esta empresa en un futuro. “Las posibilidades tecnológicas que se han logrado lo hacen perfectamente viable para lentes perfectos, desviadores de oleaje, o por qué no, la capa invisible de Harry Potter”.
En varias ocasiones el pionero de los metamateriales John Pendry ha dicho que una capa de invisibilidad es factible; tal vez en unos 10 años. Quizá no como la de Harry Potter, delgada y manejable, sino gruesa, pesada y muy, muy cara.



2. Viajar en el tiempo

A pesar de las paradojas, el diseño de la máquina que nos podría llevar al pasado o al futuro ya está en la cabeza de los científicos. ¿Quién no querría regresar al pasado o conocer el futuro? Más de un científico defiende que tarde o temprano encontraremos la solución para viajar en el tiempo, asegurando que se trata sólo de un sencillo problema de ingeniería que puede atacarse desde dos vías: construyendo una máquina, o reconstruyendo el espacio- tiempo. La primera pregunta que debe hacerse todo aspirante a turista del tiempo es: ¿a dónde quiero dirigirme: al pasado o al futuro?

Digamos que nos gustaría viajar al pasado. Hasta principios del siglo XX, los físicos, fieles a las leyes de Newton, pensaban que el tiempo se movía rígidamente como una flecha, a lo largo de una trayectoria recta y constante. Pero llegó Albert Einstein y demostró que el tiempo se parece más al fluir de un río. En su teoría de la relatividad general expuso que el tejido del espacio-tiempo puede distorsionarse por la gravedad que producen materia y energía.

En 1949, al examinar las ecuaciones de Einstein, el matemático Kurt Gödel discurrió que el río del tiempo siempre sí podría desviarse hacia un mar, llamado “curva temporal cerrada”. Otros científicos, como Kip Thorne, del Instituto Tecnológico de California, también dedujeron de estas ecuaciones la posibilidad de “doblar” el espacio-tiempo para crear “agujeros de gusano”, portales que teóricamente permitirían trasladarse en dos sentidos a través del tiempo y el espacio, e incluso llegar antes de haber salido. Hoy resulta que los agujeros de gusano teóricamente existen en la escala cuántica y, de acuerdo con el físico Stephen Hawking, algún día sería posible “inflarlos” de manera que quepa un humano, o una nave.

Además de las dificultades técnicas –como requerir una gran cantidad de materia y energía negativas, que forman parte de la hipotética “materia exótica”–, los viajes al pasado plantean algunas contradicciones o paradojas. Sumadas a la más conocida –la “paradoja del abuelo”, que en cualquiera de sus versiones implica el riesgo de impedir el nacimiento de nuestro padre (con lo que estaríamos anulando la posibilidad de nuestra existencia)–, hay otras paradojas no menos extravagantes. Supongamos que Hawking viaja al año 1899, conoce a Einstein seis años antes de la publicación de su teoría de la relatividad especial y le muestra las ecuaciones que lo harían famoso, antes de que él siquiera estuviera trabajando en la velocidad de la luz. O todavía peor, que revelara ese trabajo al matemático Henri Poincaré, que estuvo cerca de descifrar el problema...

Ante tales inconsistencias, el propio Hawking ha argumentado que, en principio, “las leyes de la física conspiran para evitar los viajes en el tiempo, en una escala macroscópica”. Otros investigadores piensan diferente; como Ronald Mallett, de la Universidad de Connecticut, quien sostiene que incluso existiendo la posibilidad de cambiar el pasado, “uno no cambiaría el pasado de nuestro universo, sino el de algún universo paralelo”. Esta teoría de los universos múltiples, con fuerte sustento en la física cuántica y la teoría de cuerdas –en que las partículas o puntos son en realidad filamentos–, es muy relevante para Mallett, quien ya tiene el diseño e una “máquina del tiempo” cuya construcción tardaría un decenio.

Inspirada por la temprana muerte de su padre –cuando él tenía 10 años– y sustentada en la teoría de la relatividad, su máquina se basa en un argumento que parece sencillo: la gravedad afecta el espacio-tiempo; como la luz puede producir gravedad, entonces puede afectar el espacio-tiempo.

Su proyecto, que de inicio sólo requiere una inversión de 250 mil dólares, consiste en un entramado de rayos láser que circulan como anillos y cuya gravedad puede deformar el espacio, creando un rizo giratorio y afectando el tiempo en una curva cerrada por donde se podría escapar al pasado. Desde luego que el primer viajero no sería un humano, sino información en la forma de partículas subatómicas. Mallett piensa que enviar información al pasado sería útil, por ejemplo, para alertar sobre algún desastre evitable a nuestros coterráneos, aunque vivan en un universo paralelo

Trasladar humanos es otro cosa. Mallett opina que esto sólo se lograría con colaboración internacional y probablemente nos llevaría cerca de cien años. Además tendría una limitación: nunca podríamos viajar a un pasado en el que todavía no existiera la máquina del tiempo. Muchos otros físicos, entre ellos Hawking, piensan todavía que el tiempo sólo puede correr en una dirección y por ello sería más factible un viaje al futuro. Más que viaje, estos científicos prefieren llamarlo “empuje por curvatura” o “impulso de distorsión”, y para ello se sirven de otra consecuencia de la relatividad: además de curvarse, el espacio-tiempo puede contraerse y dilatarse.

Por ejemplo, en 1994, el físico mexicano Miguel Alcubierre ideó rodear una nave con una “burbuja” en el espacio-tiempo, lo que generaría distorsiones espacio temporales, expandiendo el tejido detrás de la burbuja y contrayéndolo adelante. Con ello, la burbuja –con la nave adentro– se alejaría del punto de origen acercándose a su destino, monta- da sobre la distorsión espacio-temporal igual que un surfista sobre una ola. Aunque para generar la distorsión, también enfrenta el obstáculo de necesitar una cantidad de materia exótica mayor a la masa de todo nuestro universo... pero eso no va a detenernos.



3. Telepatía

La decodificación neuronal abre las puertas para leer el pensamiento. En general, los investigadores en neurociencias y tecnologías de cómputo coinciden en que la verdadera forma de “leer la mente” es interpretando las señales de nuestro cerebro, y en los últimos años se han realizado interesantes avances desde una perspectiva llamada “telepatía sintética”.

Hoy, con ayuda de aparatos de electroencefalografía, resonancia magnética funcional, programas de cómputo, e incluso electrodos y chips, los científicos han observado los cambios que produce la comunicación en la actividad neuronal de sus voluntarios, para traducirlos en señales. Esto ha permitido la telepatía mediada por computadora.

Un ejemplo ahora clásico es el del sistema Audeo, presentado hace un par de años por la compañía Ambient. Este sistema tiene una interfaz humano-computadora para comunicarse sin hablar. Un sensor inhalambrico colocado en el cuello captura la actividad neurológica que envía el cerebro a las cuerdas vocales y luego la digitaliza para convertirla en habla, o bien, la evía a un teléfono celular mediante tecnología bluetooth. Aunque su vocabulario todavía es limitado, los investigadores esperan ampliarlo hasta que sea capaz de decodificar y transmitir una conversación estándar.

Un objetivo mayor es conseguir “leer” el pensamiento. En 2008, investigadores de la Universidad de California en Irvine, dirigidos por Michael D’Zmura, recibió cuatro millones de dólares del Departamento de Defensa de Estados Unidos para estudiar las bases de una verdadera telepatía sintética. En términos generales, esta tecnología funcionaría como una interfaz que, al pensar, el mensaje pasara, mediante señales de electroenceflografía, por un sistema basado en reconocimiento de lenguaje que codificara y digitalizara las señales. Los pensamientos, en esencia ondas cerebrales codificadas digitalmente, se transmitirían al objetivo de forma similar a las ondas de radio. “Este sistema requiere que quien lo utilice para enviar y recibir mensajes reciba un entrenamiento intensivo”, refirió D’Zmura.

¿Y qué hay acerca de conocer el pensamiento? En un tercer experimento, un equipo de la Universidad de California en Berkeley, dirigido por Jack Gallant, identificó con resonancia magnética los patrones neuronales de dos voluntarios mientras miraban fragmentos de videoclips. Los detalles que reunió reconstruían la activación de millones de neuronas en imágenes, un paso importante hacia la creación de una máquina capaz de rastrear la conciencia. Su mayor relevancia es que servirán para desarrollar aparatos que interpreten el pensamiento. Tal vez todavía no sean largas conversaciones telepáticas, pero la “decodificación neuronal” abre enormes posibilidades para la próxima década.





4. Teletransportación

A pesar de las paradojas, el diseño de la máquina que nos podría llevar al futuro ya está en la cabeza de los científicos. En Star Trek, teletransportarse implicaba desmaterializar un objeto o persona en un lugar para enviarlo y reconstruirlo en otro. Esta tecnología se convirtió en una realidad teórica en 1993, cuando un equipo dirigido por el físico Charles Bennett confirmó su posibilidad. Conocida como “transporte del estado cuántico”, es hasta hoy la opción más viable de teletransportación. Consiste en desmaterializar un objeto en un punto, y enviar la información de su configuración atómica precisa a otro lugar, donde se reconstruye. Se basa en un notable fenómeno cuántico llamado “entrelazamiento”, que sólo se produce en la escala atómica y subatómica. Una vez que dos objetos están en este estado, sus propiedades son las mismas, y medir cualquiera de los objetos determina instantáneamente las características del otro sin importar cuán lejos esté.

Desde entonces, los avances han sido asombrosos. Los primeros experimentos, realizados por físicos del Instituto Tecnológico de California en 1998, consiguieron apenas teletransportar un fotón (la partícula que transporta la luz). En 2002, otro equipo de físicos de la Universidad Nacional Australiana pudo teletransportar todo un haz de láser. Para 2004, investigadores austriacos y estadounidenses lograron hacer lo mismo con un átomo, y en 2006, en el Instituto Niels Böhr de Dinamarca teletransportaron información almacenada en un rayo láser hacia una nube de átomos.

En 2007, Ashton Bradley, Simon Haine y Murray Olsen, de la Universidad de Queensland, Australia, propusieron una nueva forma de teletransportar ondas de materia mediante un láser atómico; un proyecto “más cercano, en espíritu, al concepto original de la ciencia ficción”, opinó Haine. Su método no requiere del fenómeno de entrelazamiento, lo que posibilita una teletransportación de información más exacta que podría aplicarse a la computación cuántica en una o dos  décadas.

Teletransportar personas es otra historia. Además de que un cuerpo puede tener trillones de átomos, la teletransportación cuántica no traslada objetos físicos, sino la información necesaria para duplicarlos, y la información original realmente deja de existir... quizá deban pasar otros 150 o 200 años para conseguirlo





5. Telequinesis

Mover objetos con la mente es sólo cuestión de neurotecnología. Mediante la lectura de las señales neuronales, y el uso de chips y programas para traducirlas en acción, los científicos ya han conseguido que se pueda controlar, con el pensamiento, aparatos sencillos o una extremidad protésica.

Así funciona: se insertan electrodos en el cerebro que registran la actividad neuronal y transmiten la señal a una computadora, que la traduce en el movimiento de un mecanismo externo. Así, los pacientes aprenden a controlar, por ejemplo, el cursor de una pantalla.

En 2004, la compañía Cyberkinetics Neurotechnology Systems, surgida de la Universidad de Brown, en Estados Unidos, enroló a su primer paciente en una prueba clínica para su sistema Brain Gate. Hoy, este hombre que quedó paralizado tras recibir una puñalada en el cuello puede revisar su correo electrónico, cambiar de canal al televisor, encender la luz, jugar videojuegos e incluso mover una mano robótica. Todo con el poder de su mente y un chip (en esencia, una placa de dos por dos milímetros con cien electrodos, conectada por un cable a una conexión que sale de la parte superior de su cabeza).

Los avances en este campo van tan rápido, con sistemas cada vez más simples y menos invasivos, que ya existe comercialmente este tipo de interfaz, por ejemplo, para videojuegos, con cascos y sensores que sintonizan las señales eléctricas producidas por el cerebro, detectando los pensamientos, sentimientos y expresiones del usuario.

En los años que han transcurrido desde que neurocientíficos consiguieran que monos rhesus controlaran un brazo robótico con las señales de sus cerebros, el trabajo en estas tecnologías ha avanzado considerablemente. En menos de diez años, muy posiblemente se venderán al público equipos menos costosos, como los cascos, que nos permitirán controlar aparatos mediante señales eléctricas generadas por las neuronas, modificando por completo la relación de nuestro cerebro con la tecnologíaa, e inaugurando, en palabras de John Donoghue, uno de los fundadores de Cyberkinetics, “una nueva era de neurotecnología”.






6. Inmortalidad

Mientras aprendemos a administrar la vejez, ya se pueden cultivar órganos de repuesto. En 2002 concluyó un estudio en Islandia con un anuncio asombroso: la identificación de un gen responsable de favorecer una vida larga y saludable en 1,200 personas mayores de 90 años. El llamado “gen Matusalén” se investiga hoy para imitar su funcionamiento en fármacos para extender la vida. Los humanos han soñado con la inmortalidad desde tiempos inmemoriales; ahora, con el avance del conocimiento biológico algunos científicos piensan que podría estar al alcance.

El más famoso es el doctor Aubrey de Grey, investigador independiente de Cambridge, Inglaterra, quien afirma que la tecnología antienvejecimiento podría ser atestiguada por muchos de nosotros. él sugiere dos maneras de enfrentar el proceso de deterioro: administrarlo, para reducir su avance y compensar sus consecuencias; o bien, aceptar que es inevitable y llevar nuestro cuerpo regularmente a servicio para reemplazar las piezas desgastadas.

Una forma de reemplazo es creando órganos de repuesto, como hace el médico Anthony Atala, pionero en una técnica casi novelesca. Utiliza unas pocas células de un órgano enfermo, las cultiva y coloca por capas en una matriz tridimensional. La multiplica en una incubadora y listo: un órgano para trasplantarse. Hacia 2006, su equipo ya había implantado con éxito vejigas cultivadas de este modo, y ahora experimenta con la posibilidad de construir órganos más complejos como riñones o corazones.

Si bien es difícil pronosticar una fecha para que esto se haga realidad, el director del Instituto para la Medicina Regenerativa de la Universidad de Wake Forest ha expresado que espera poder tener avances significativos en 10 o 20 años, aunque “siempre es importante que estas tecnologías se realicen con calma, cuidado y conciencia”.

Igual opina Patrik Brundin, neurocientífico de la Universidad de Lund, Suecia, quien señala que el campo puede tener avances enormes en la próxima década, aunque éstos pueden obstruirse si la gente se desespera al no ver resultados prácticos en el corto plazo. Desde luego que esta estrategia podría optimizarse con el uso de la clonación terapéutica, que se limitaría a las primeras etapas de multiplicación celular para extraer células madre pluripotenciales. Al contener la misma información genética del paciente, se evitarían el rechazo y las complicaciones de los trasplantes tradicionales.

Claro que no es una tarea sencilla e incluso antes de su prohibiciónn en casi todo el mundo, ningún investigador había conseguido un éxito real. Para quien no quiera esperar los resultados de Atala, existe la vía propuesta en 1962 por el físico Robert Ettinger en su libro The Prospect of Immortality: congelar a una persona antes de que su proceso de muerte sea irreversible, y reanimarla en un futuro con avanzada tecnología médica. Sólo que aún no existe la tecnología que revierta la criónica o criopreservación humana, y su procedimiento no es reconocido por la mayoría de los científicos.


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