El Bigote de Hitler




En mayo de 1913, un joven y desconocido Adolfo Hitler, se mudó a Munich, Alemania, con el fin de evitar que lo apresaran por eludir el servicio militar obligatorio en su Austria natal.  



Había gastado ya todas las cuotas de la herencia de su padre y sólo le quedaba parte de la última, lo que le permitió comer livianamente mientras ganaba algunas monedas dibujando en la calle o haciendo bocetos a pedido. Era buen dibujante.

La guerra del 14, lo sorprende ingresando al ejército y según cuentan, se convirtió en un soldado valiente, por lo que rápidamente ascendió al rango de cabo, siendo herido dos veces, en 1916 y en 1918, lo que le valió obtener dos medallas.

     Una de las más temidas armas de la época era elgas mostaza, también conocido como “iperita”, por el nombre de la ciudad belga de Ypres, donde los alemanes la utilizaron por primera vez en 1917. El efecto principal de este químico es la abrasión, todas las partes del cuerpo expuestas desarrollan ampollas y al inhalarlo produce severos problemas respiratorios. Aunque es muy temido, este gas tóxico y molesto, con olor a ajo o a cebolla, raramente es mortal. Solo lo fue en menos del 5% de los casos de guerra. Aún así, pareciera, por insólito que parezca, fue este gas lo que accidentalmente modeló la imagen de uno de los más grandes dictadores de la historia.

Alexander Frey fue compañero de trinchera de Hitler en la Primera Guerra Mundial, cuando el futuro Tercer Reich contaba con jóvenes 25 años.  El soldado Adolfo tenía una pequeña deformación en la parte superior de su labio, un detalle que estéticamente le disgustaba sobremanera. Cuenta Frey que para disimularlo, comenzó a usar un enorme bigote, un mostacho que era moda en la época.

Lo que para Hitler era motivo de coquetería, no lo era para sus superiores, que lo obligaron a recortar el piloso aditamento, ya que las máscaras necesarias para enfrentar al gas mostaza, no ajustaban lo suficiente. Adolfo, tal vez por rebeldía o quizás acomplejado por su labio irregular, no lo afeitó completamente. La verdad de la historia es que no le sirvió de mucho el achicar el mostacho, ya que pocas semanas más tarde, quedó temporalmente ciego por un ataque de mostaza en los campos de Flandes, aunque los médicos dijeron que su ceguera no fue por efectos del gas, sino por un colapso nervioso, una neurosis de guerra que se conoce desde la antigüedad.
Aunque al parecer los documentos registran esta anécdota, nadie puede aseverar que la historia del bigote hitleriano sea culpa de la máscara antigas. Lo cierto del caso es que en esos años veinte, el bigote corto estaba de moda. Basta recordar la imagen de Charles Chaplin o la de Oliver Hardy, el obeso cómico del gordo y el flaco, solo por citar a dos de los más conocidos. También es cierto que para la década del treinta, cuando se iniciaba el ascenso de Hitler, ya estaba fuera de moda, razón por lo cual su secretario de prensa, el doctor Sedgwick, le aconsejó modificarlo. El obsesivo Hitler le respondió que si la moda había pasado, él la volvería a imponer porque el mundo lo imitaría.

No tuvo suerte. Hoy esa marca de bigote corto, tipo cepillo bajo la nariz, es un símbolo de fascismo, poder dictatorial y hasta de locura. Difícilmente algún gobernante del mundo, pudiera hoy adoptarlo antes de una elección.

Esto demuestra, una vez más, parte de la estupidez humana, ya que de ninguna manera un montón de pelos con la forma que sea, pudiera ser determinante de una ideología.



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