¿Qué es y para qué sirve el himen?

 

Himen es una palabra que refiere una cosa física, como tantas otras (no todas) palabras del diccionario. Así: dedo, río, piedra, silla, nube…sin embargo, a diferencia de estos vocablos, durante mucho tiempo la palabra himen ha servido para levantar poderosas creencias en torno a un sustantivo abstracto, a una noción apenas aprehensible, a un concepto difícil de explicar: el de virginidad.

¿Qué es y para qué sirve el himen? Esta pregunta se responde a continuación. Pero, al mismo tiempo (y de ahí la introducción), el siguiente post intenta también dilucidar un poco la cuestión, bastante estupefaciente (y curiosa) si se piensa sin prejuicios, de la problemática fascinación que nuestra cultura judeocristiana (y aun otras) muestra desde hace siglos respecto a la cosa esa de la virginidad (por supuesto, femenina).

¿Qué es el himen? Dejemos hablar a la clásica e insuperada enciclopedia Larousse en su edición española de hace 40 años: «Himen es una fina membrana conjuntiva, bien vascularizada, revestida de epitelio mucoso y que ocluye parcialmente la entrada de la vagina». Primorosa definición.

Continúa la enciclopedia, y ya acabamos con la cita no se piense que un diccionario nos hace el trabajo sucio, afirmando que «su existencia se ha tomado como sinónimo de virginidad, ya que en el primer coito suele romperse. Pero ello no es ni con mucho prueba segura». Las cursivas son nuestras.

La cita es reveladora. El cuerpo de la mujer siempre fue ese gran enigma y tuvo que esperarse hasta prácticamente el XX para su limpio conocimiento pero ya, como vemos, hace más de 40 años, incluso en la carpetovetónica España de charanga y pandereta (Machado dixit), se tenía una idea cabal, a nivel científico, de lo que podía uno encontrarse.

El himen, digámoslo ya, no sirve para nada. Repetimos: no sirve para nada. En el fondo no es más que un vestigio del proceso de formación del aparato genital femenino. Por lo que saben los zoólogos, la mayoría de los animales no tienen himen (aunque parece que ciertos simios, entiéndase simias, sí poseen algo parecido). Tal vez el azar, contra lo que pensaba algún importante físico, más que jugar a los dados con el universo los deja en una posición tal que no pretende sino gastar una broma a la única especie que demuestra suspicacia: el ser humano.

Porque, como decía un sexólogo, el himen es apenas una delicada redecilla, telilla frágil y casi imperceptible, pero recubierta con montañas de prejuicios y creencias. El caso es que, lo dejaba caer la definición del Larousse, ni siquiera todas las mujeres lo poseen de modo que ni mucho menos es garantía de virginidad. Ya que, asimismo, en ocasiones no se rompe tras el coito sino solamente tras el parto.

Pero lo tenga o no lo tenga todo el género femenino, se rompa o no se rompa, el himen sostuvo y sostiene un poderoso mito cuya huella en nuestras sociedades sigue vivo: el de la virginidad. A ver, cada uno hace con su cuerpo lo quiere: hablamos de mito de la virginidad no porque nosotros consideremos que es ley empírica, humana o sensual la de acostarse a tutiplén con los vecinos.

En realidad, esta cosa de la necesidad de que el himen permanezca imperturbable, este mito de la virginidad, va asociada (se diría) a un imperio del patriarcado. Por lo tanto, no solo en Europa, sino en tantas y tantas culturas. Pero, claro, cuando el cristianismo decidió hacerse fuerte en base a dogmas como el de la Virgen María sin pecado concebida…entonces el asunto adquirió dimensiones bizantinas.

Sin embargo, no siempre ha habido, y no en todo lugar hay, esta percepción. Si ya Marco Polo narraba que en algunas partes de Asia ningún hombre aceptaría a una mujer que no hubiese tenido relaciones sexuales, también la antropología actual nos informa de tribus africanas en las que las jóvenes vírgenes son repudiadas en base a su inexperiencia.

Al fin y al cabo se trata de dos soluciones distintas a una misma manera de enfocar ¿el problema? Esto es, parece claro que el mito de la virginidad podría haberse puesto en marcha con el inicio de la sociedad sedentaria, con el inicio de la propiedad. El varón (dominante sobre la hembra) deseaba consolidar su descendencia. Por eso se cercioraba de que su esposa no llevaba semen ajeno en su vientre, o sea, que era virgen.

Y también, esas culturas en las que los varones prefieren a hembras que hubiesen ya conocido los avatares del sexo, en el fondo de lo que se trata es de que las mujeres sean más aptas (ya se sabe que la experiencia es un grado) para procrear. Pues poderosa es, en el panteón femenino, la diosa de la fertilidad.


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